La Ética del Dramaturgo y el Espíritu del Capitalismo
Reseña de Espíritu, presentada en el Festival de Teatro “Under the Radar”
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July/August 2021 issue.
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Varias personas se apoyan contra una pared, hablando en voz baja en la oscuridad. Es difícil decir cuantos, debido a la vision fragmentada que otorga el primer plano extremo, pero después de unos minutos se pueden ver tres personas diferentes. Hablan de algo que ronda la ciudad. No tiene color ni olor (lo cual rima en español, el idioma que ellos hablan: color, olor); es difícil de identificar o localizar; está haciendo un gran daño. ¿Cómo se protegerán a sí mismos? Idean un plan ritualista de ataque. Cada uno se pincha un dedo, exprime una gota de sangre en una botella de vino como cebo y se compromete a capturer al diablo en la botella.
Así comienza la película teatral Espíritu. (Había estado en desarrollo como una obra de teatro y luego se adaptó al cine cuando la pandemia cerró los cines. Todavía planean producir una versión teatral más larga para audiencias en vivo cuando esto sea posible). Esta pieza del Teatro Anónimo de Chile fue incluida en la edición 2021 del festival anual de “Under the Radar,” que suele celebrarse en Nueva York, y esta vez se celebró en todas partes y en ningún lugar, es decir por internet. Yo vi el video en tiempo real a pedido y una grabación de lo que había sido un seminario web en tiempo real.
Después del pacto de apertura, los mismos tres actores que también son los creadores del espectáculo—la dramaturga y directora Trinidad González, el compositor y director musical Tomás González y Matteo Citarella—reaparecen repetidamente, pero no los mismos personajes. Durante la siguiente media hora se desarrolla una serie de escenas con uno a tres personajes, conectadas entre sí de forma temática pero no narrativa. Las escenas están muy lejos de las convenciones de los géneros cinematográficos realistas (o incluso fantásticos). Ninguno de los personajes tiene un nombre o una historia de fondo completa. Los lugares tampoco se nombran nunca ni se les da una historia concreta. Parece haber sido filmado en un teatro de caja negra con solo unos pocos decorados y accesorios. El andamio coloca a un artista sobre otro para indicar una conversación entre alguien en un apartamento del segundo piso y otra persona en la acera de abajo. Una fila de asientos de teatro aislados en medio del espacio indica un banco del parque. Finalmente, me convencí de dejar de hacer las preguntas periodísticas: “¿Quién? ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué?,” y aceptar la desorientación. Las viñetas no son fábulas que clavarán la barbilla en tu hombro, dando sermones, “y la moraleja de esa historia es... .” En la plática después de la obra, los integrantes del Teatro Anónimo explicaron que aunque ciertamente tienen convicciones políticas y consideran las ideas como el propósito central de su trabajo, no pretenden producir un panfleto que transmita una conclusión fija. Por el contrario, su objectivo es plantear preguntas. Quizás las escenas se caracterizan mejor como parábolas: cuentos cortos que evaden el alfiler del lepidopetrista y se despliegan en capas de significado ambiguo.
Cada escena reinicia un conflicto que enfrenta un impulso hacia la acumulación y el materialismo contra la postura del observador-poeta-artista-escéptico marginado. El insulto más frecuentemente hecho por el primero hacia el segundo es “inútil.” Aunque la acusación contiene una dura crítica, los acusadores que juzgan inútiles a sus congéneres humanos a menudo parecen más miserables y heridos que sus objetivos. Los escenarios, los personajes y las tramas pueden ser muy abstractos, pero las partes se interpretan con una intensa especificidad emocional. Una escena en la que un hombre expresa un destello de curiosidad sobre el interés de un adolescente en vagar, observar y escribir poesía, termina con el hombre retrocediendo ante su propia incomprensión, convirtiéndose en insultos y estallando en una carcajada burlona que dura mucho tiempo después que el chico ya se había marchado. Me estremecí. En otra escena, un hombre en su apartamento se desvía espantosamente de acusar de robo a la mujer que pasa por la acera de abajo (ella entró por la brecha de luz generada por la lampara de el en su sala, haciendo que la misma luz tambien sea propiedad de el) invitandola entrar a su apartamento ofreciendo la TV y el sexo, para posteriormente insultarla cuando ella rechaza primero la premisa de su acusación y luego su invitación. En otra escena, una mujer le llora a su pareja para comunicarle que planea dejarlo. ¿Por qué ni siquiera intenta el conseguir un trabajo decente? ¿Por qué no pueden tener al menos algunas cosas bonitas? ¿Qué le pasa a el? Él trata de calmarla con una visión diferente del propósito de la vida, pero ella está cansada de vivir en los márgenes.
Por pura casualidad, tocaba mi turno de tomar prestada la copia de la biblioteca en mi cuidad del libro de Jenny Odell titulado Cómo no hacer nada: Resistirse a la economía de la atención, que habia llegado un par de dias después de haber visto Espíritu. El concepto de Odell de no hacer nada resonó conmigo en relacion con la “inutilidad” de los soñadores y vagabundos de Espíritu. Por supuesto, ella explica que cuando aboga por no hacer nada, no significa literalmente no hacer nada en absoluto; quiere decir no hacer nada que valore la economía capitalista de la atención, promulgando un conjunto de prioridades completamente diferente. (Mi amigo Shahram Azhar le gusta responder la pregunta “¿Qué haces?” diciendo algo como, “Bueno, me despierto por la mañana. Le preparo el desayuno a mi hijo. A veces escribo un poema o salgo a caminar.” Esto rara vez satisface a su interlocutor, que realmente quería preguntar, “¿Qué vendes? o “¿Quién compra tu fuerza de trabajo y cómo la consumen?). Incluso cuando alienta la negativa a comprometerse con la economía de la atención en los términos establecidos por los explotadores que se benefician de ella, Odell reconoce que algunas personas, en algunas posiciones sociales, tienen un mayor “margen de rechazo” que otras.
En los márgenes sociales, cuando la supervivencia en sí es frágil, las opciones son menores. Me preguntaba cómo leer los personajes en Espíritu. ¿Se habían negado deliberadamente a ser útiles (al capital)? ¿Habían sido descartados y consignados a la inutilidad en contra de su intención? ¿Habían ejercido su margen de rechazo o simplemente habían sido marginados? ¿Cómo podría diferir el potencial revolucionario de esas dos circunstancias? En octubre del 2020, mientras el Teatro Anónimo se preparaba para el rodaje, las cuestiones que habían estado reflexionando durante el largo desarrollo de Espíritu irrumpiero en las calles en Chile en protestas masivas que llevaron a un referéndum sobre la constitución nacional. Los chilenos votaron para rechazar la constitución existente y comenzar a redactar una nueva.
En la última escena de Espíritu, un dictador depuesto, recordando con nostalgia lo feliz que era cuando tenía el poder, escucha con creciente entusiasmo a una criatura sin rostro que sugiere una ruta más segura al poder que la fuerza contundente de la política militarizada: Crea una ilusión de elección, seduzca a sus súbditos hacia la complicidad prometiéndoles abundancia. (La versión en panfleto de las ideas que animan a Espíritu probablemente diría algo sobre como atraparlos en el aislamiento del yo individualista, competitivo y neoliberal). Mientras los ojos del tirano brillan con las posibilidades, una bailarina con un vestido azul, el color más reluciente que hemos visto en la película producida en tonos sepia, se acerca desde el fondo del escenario y le ofrece una botella de vino tinto.
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